NUESTRO AMERICANOS: LA DIMENSIÓN REGIONAL EN LA

Por Daniel Ezcurra, Coordinador Cátedras Bolivarianas UPMPM – Director del ISEPCI

El Ángel de la Historia

El ángel de la historia contempla, impotente, la acumulación de ruinas y de sufrimiento a sus pies. Le gustaría quedarse, echar raíces en la catástrofe para, a partir de ella, despertar a los muertos y reunir a los vencidos, pero la fuerza de la voluntad cede frente a la fuerza que lo obliga a escoger el futuro, al cual da la espalda.


Su exceso de lucidez se combina con la falta de eficacia. Aquello que conoce bien y que podía transformar se le vuelve algo extraño y, por el contrario, se entrega sin condiciones a lo desconocido. Las raíces no tienen sustento y las alternativas son ciegas.

Así el pasado es un relato y nunca un recurso, una fuerza capaz de irrumpir en un momento de peligro para auxiliar a los vencidos. Lo mismo dice Benjamín en otra tesis sobre la filosofía de la historia: “Articular el pasado históricamente no significa reconocerlo ´como fue en realidad´. Significa apoderarnos de una memoria tal como ella relampaguea en un momento de peligro”. La capacidad de redención del pasado radica en la posibilidad de surgir inesperadamente en un momento de peligro, como fuente de inconformismo.

Según Benjamín, el inconformismo de los vivos no existe sin el inconformismo de los muertos, ya que ´ni estos estarán a salvo del enemigo, si es éste el vencedor”.

Boaventura De Sousa Santos – La caída del Angelus Novus.

La historia no es un movimiento teleológico, con un camino trazado de antemano, sino un escenario en el que se enfrentan las clases, bajo condiciones objetivas ciertamente dadas, pero no sólo como intérpretes sino también como autores de un complejo drama.

Agustín Cueva – El desarrollo del capitalismo en América Latina.

La constitución de la Nación como ejercicio colectivo presupone, y esto es más visible en los momentos donde las crisis se manifiestan, un aliento de reelaboración permanente. Y el acto mismo de esa reinvención enlaza necesariamente el presente con el pasado y el futuro.

Así, para cada generación se hace inevitable contemplar la casa común a la vez como un devenir y una certeza, tal como lo expresara lúcidamente Leopoldo Marechal en uno de sus poemas:

¿Con qué derecho yo definía la Patria, bajo un cielo en pañales y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?.

Hoy, ante la lacerante realidad de exclusión social, desintegración territorial, concentración económica y degradación institucional, la transformación de las reglas de juego que forman el nosotros, se nos presenta como un imperativo ético a la vez que como una necesidad vital.

Pero como en todas las manifestaciones humanas, la forma concreta que asuma el mapa de la organización de la sociedad en su conjunto será el reflejo de consensos y hegemonías fundados en los intereses de determinadas alianzas y grupos sociales.

Como ejemplo de lo anterior y cercanos a la celebración de nuestros primeros 200 años de existencia, es interesante recordar que en 1910, el centenario significó la autocelebración de una clase dominante que moldeó el país (pareciendo encaminarse hacia el progreso indefinido) integrándolo al mercado mundial bajo la lógica de una división internacional del trabajo dictada unilateralmente desde el centro a la periferia. Las décadas siguientes pondrían de manifiesto la endeblez estructural del proyecto frente a movimientos político-económicos sobre los que no se tenía mayor incidencia.

Huelga decir que a ese modelo de Nación, le correspondió una determinada organización del pasado histórico, una institucionalidad, un paradigma de futuro, una racionalidad económica, y una huella cultural, naturalizados y convertidos en patrimonio común y organizadores de sentido de la sociedad toda.

Entrando al siglo XXI cuando no hemos salido aún de la tremenda crisis estructural que nos ha traído hasta éste presente, no serán pocas las voces que añoren aquella Argentina y la propongan como el canon del que nunca debimos habernos alejado, convidándonos, en un ejercicio que aúna conservadurismo y fatalismo frente a la globalización en curso, a no resistir la lógica del mercado global para aprovechar las oportunidades que ésta brinda, siguiendo el ejemplo de la clase dominante que dirigiera el país entre finales del siglo XIX y la década del 30´.

Ante esta perspectiva, no es ocioso recordar que ese proceso iniciado hacia la década de 1860, significó la resolución de una larga confrontación entre dos posibilidades de estructuración de la Nación, y que la hegemonía resultante se erigió sobre una violenta derrota del heterogéneo proyecto de las mayorías, como pasara también en el ciclo abierto por la dictadura de 1976.

La pérdida de consenso del neoliberalismo y su crisis estructural abre la posibilidad de una nueva etapa en la vida del país, en la cual entendemos imprescindible sentar las bases de un nuevo proyecto de integración nacional y regional desde la perspectiva de los intereses de las mayorías. Concebimos esa acción refundacional como un esfuerzo a la vez político, económico, cultural e institucional, asentado en la conformación de una coalición social capaz de constituirse en identidad y voluntad que nos lleve de la Argentina que somos a la que queremos ser.

La memoria histórica constituye, en tanto matriz simbólica, un campo de disputa vital en el proceso de construcción de una determinada hegemonía. Así lo entendieron siempre las clases dominantes, quienes han procurado guardar bajo siete llaves las claves de su interpretación; reservando a sus demiurgos el patrón de medida del discurso histórico, extendiendo y sellando su victoria desde el plano material hacia el campo de las ideas. Nuestros muertos son de esta forma nuevamente derrotados, tal como lo plantea desgarradora y bellamente Benjamín.

Por ello, cada vez que los sectores populares comienzan a tejer la trama de un camino propio, se plantea alrededor de la memoria una, tal vez velada, pero estratégica confrontación que para las mayorías, como dirá Adolfo Colombres para explicar su concepto de Etnogénesis, “ implica la organización de una cultura autónoma que opere como tal, o sea, como una matriz simbólica que permita la apropiación cultural y sea capaz de reelaborar su imaginario para ir dando respuestas alternativas a las diversas situaciones que se le planteen”.

Y aquí es donde debe irrumpir el “Angel de la historia” en tanto construcción que aporte raíces al necesario inconformismo del que nos habla De Sousa Santos.

El escenario de la emancipación

La edificación de los Estados nacionales de Nuestra América iniciada hacia fines del siglo XVIII, no fue realizada en el vacío ni a partir de una mágica madurez política dada previamente, sino sobre la base de una estructura económico-social históricamente existente dentro de un determinado contexto internacional.

“La estructura económico-social heredada del período colonial se caracterizó por el bajísimo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y por relaciones sociales de producción basadas en la esclavitud y la servidumbre” sintetizará Agustín Cueva, “lo cual no significa negar la conexión evidente de las formaciones esclavistas o feudales de América latina con el desarrollo del capitalismo en escala mundial”. Esta última aseveración, aun tomando como beneficio de inventario la caracterización feudal de la economía, pone de manifiesto la determinante injerencia de las potencias europeas en nuestro continente, en su largo proceso de transición hacia el capitalismo.

Como lo expresa Luís Vitale “La colonización americana fue un eslabón importante del proceso histórico de gestación del mercado mundial; promovida por las necesidades expansionistas del mercantilismo, estimuló cambios significativos en la economía europea. Los metales preciosos de América contribuyeron al desarrollo de las empresas manufactureras y bancarias, provocando una "revolución de los precios", un aumento del circulante y del tráfico comercial que, en definitiva, aceleraron el período de transición al capitalismo”. Como sabemos no fue España la beneficiaria final de esa formidable masa de recursos, sino los países en los que la burguesía absoluta estuvo en condiciones de hacer del Estado-Nación el espacio económico más acabado para la consolidación de las relaciones sociales capitalistas de producción.

Hacia finales del siglo XVIII el edificio colonial español que durante tres siglos resistió los apetitos de las potencias marítimas que desde el siglo XVI hostigaban sus dominios, comenzaba a mostrar fisuras y convulsiones internas. Las reformas introducidas por el Borbón ilustrado Carlos III y sus funcionarios ilustrados como Grimaldi, Arana, Campomanes, Floridablanca o José de Gálvez, basadas en la combinación del incremento de la presión fiscal, la reactivación comercial en beneficio de la península y el control de la producción de materias primas en franca expansión debido a las necesidades del desarrollo capitalista, buscaron refundar el pacto colonial para sostener su posición de potencia en una Europa convulsionada por el trabajo de parto de la sociedad burguesa en lucha con el antiguo régimen.

La introducción de la lógica administrativa que comprendió desde el reordenamiento territorial (a través de la implementación de las Intendencias) hasta el Reglamento de Comercio Libre entre España y América de 1778 visibilizó los conflictos y transformaciones que anidaban en la sociedad colonial, y que hacían imposible compatibilizar los intereses de la corona (organizar las colonias como mercado de las manufacturas metropolitanas y proveedoras de materias primas) con las demandas de la capa de productores y comerciantes criollos en franca consolidación, dada la imposibilidad por parte de España de avanzar en su expansión industrial; es decir en su capacidad de abastecer sus dominios americanos: “Desde 1778 un mercado mejor abastecido modificaba las reglas de juego entre productores y consumidores. Los terratenientes americanos, a su vez, demandaban la aplicación de la apertura en la libertad comercial, porque aspiraban a colocar en el mercado internacional un volumen más alto de la producción de sus plantaciones y estancias ganaderas y obtener mejores precios.

A partir de 1805, las numerosas reclamaciones a favor de la libertad de comercio con otras potencias, están marcando, con claridad, el punto de no retorno en las ambiciones de los criollos”.

El imaginario de la identidad de los españoles americanos en el proceso independentista

Estás contradicciones se expresaron en todo el siglo XVIII a través de levantamientos y rebeliones dirigidas contra unas autoridades que (además de mantener la política de opresión a las mayorías originarias), como resultado de las reformas centralizadoras acentuaban la presión fiscal a la vez que cerraban la posibilidad de participación en los mejores lugares del aparato del Estado a la élite criolla: Tempranamente en 1725 se dio la rebelión de José de Antequera al frente de los comuneros del paraguay; En 1740/41 un levantamiento surgido en Perú que aspiraba a reemplazar al rey de España por el Inca Felipe, la rebelión contra el monopolio de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, El alzamiento en Quito de Eugenio Espejo contra los gravámenes y el mal gobierno en 1765, la revuelta de José Gran Kispe Tito Inca en 1776, la rebelión del oficial del ejército apodado Tiradentes en Minas Gerais que estremeció a Brasil en 1789, Los alzamientos en 1780 de “los tres Antonios” en Chile, la “Conjuración de los Plateros” liderada en Cuzco por el criollo Lorenzo Farfán contra el incremento de impuestos, y la profunda insurrección del curaca Tupac Amaru contra los abusos a su comunidad serán seguidas un año después por la revuelta antifiscal de los comuneros del Socorro en Nueva Granada y en Bolivia otro líder indígena, Julián Apasa o Túpac Catari, puso sitio a La Paz el 13 de marzo de 1781 con su ejército de 40.000 indígenas. En Venezuela, uno de los movimientos más relevantes fue encabezado en 1797 por Picornell, Gual y España con un programa que planteaba la revolución democrática-burguesa, la igualdad social y una clara posición en defensa de los indígenas y negros.

Sustancial impacto causó en este convulsionado último cuarto de siglo la sublevación de las trece colonias norteamericanas de 1776: “La independencia de los Estados Unidos en 1776 fue uno de los hechos más relevantes, al contribuir -sin proponérselo- a la formación de una conciencia de cambio anticolonial en la vanguardia política de los criollos latinoamericanos”.

Esta lucha anticolonial en Nuestra América fue impulsada por un heterogéneo conglomerado de clases sociales cuyo punto de sutura fue la oposición a las consecuencias de la dominación española. Productores terratenientes y mineros descontentos, comerciantes no monopolistas, la pequeña burguesía urbana y rural con sus caminos de superación coartados, llegando hasta las mayorías sojuzgadas; conformarán un bloque que opondrá a la sujeción colonial la visión englobadora de los españoles americanos, es decir de los criollos.

“Los intereses de los criollos eran contrapuestos a los del Imperio. Mientras aquellos necesitaban encontrar nuevos mercados, la corona restringía exportaciones de acuerdo a las necesidades exclusivas del comercio peninsular. Mientras la clase criolla acomodada aspiraba a comprar manufacturas a menor precio, el imperio imponía la obligación de consumir mercaderías que los comerciantes ibéricos vendían caras. Mientras los nativos exigían rebajas de impuestos, la monarquía les imponía nuevos tributos. Mientras los criollos aspiraban a que el excedente económico y el capital acumulado quedaran en América Latina, el imperio se llevaba gran parte del excedente y del capital circulante.

La clase privilegiada criolla ambicionaba tomar el poder porque el control del aparato del estado significaba el dominio de la aduana, del estanco, de las rentas fiscales, de los altos cargos públicos, del ejército…. El control del Estado significaba poder para redistribuir la renta global en beneficio de los criollos en vías de convertirse en clase dominante. Estas motivaciones reales se encubrirán en su oportunidad bajo el manto de la lucha por la libertad” .

Desde esta perspectiva se entiende que si bien desde finales del siglo XVIII, tanto España como América bebieron el impulso reformador de las fuentes de la ilustración y la tradición hispánica, su utilización para desentrañar la compleja realidad americana fue divergente; La Corona privilegió los íconos del despotismo ilustrado, es decir el centralismo de la monarquía, la racionalización y la eficiencia para el crecimiento económico. Los criollos por su parte se aferraron a las aristas democráticas y liberales junto a la tradición filosófica de España para fundamentar la legitimidad jurídica de la búsqueda de la autonomía.

Si bien como vimos la rebelión por motivos sociales y fiscales fue una constante del siglo XVIII en América y la maduración de una conciencia nacional criolla enfrentada con la dominación política española comenzó a hacerse visible en algunos de los movimientos de finales de siglo y principios del XIX (La independencia de la República negra de Haití -1804- y el intento de Francisco de Miranda -1806- en Venezuela serán los más explícitos); la coyuntura de la guerra de independencia española actuará de catalizador del proceso emancipador.

El aislamiento de las colonias respecto de su metrópoli debido a las constantes guerras (cuya consecuencia fue la amplificaron de la relación comercial de los productores criollos con otras potencias en detrimento de la dominación española), junto a la invasión napoleónica de 1808 que descabezó la monarquía y propició el magnífico alzamiento nacional contra el invasor, a la vez que traspasaba la soberanía al pueblo a través de las Juntas, sembraron incertidumbre sobre la continuidad de la relación colonial.

Norberto Galasso en su excelente trabajo sobre San Martín nos recuerda que “la revolución española de 1808 desencadena la eclosión de fuerzas democráticas transformadoras en América, no signadas por un color nacional sino por reclamos semejantes a los que enarbola el pueblo español en calles y aldeas de la península (las juntas por la soberanía popular, los derechos del hombre, la liquidación de los privilegios nobiliarios). Así, la revolución democrática se expande, en pocos meses, por las principales ciudades de la América española, a través de Juntas y en nombre de Fernando VII”. Juan bautista Alberdi había anticipado que “La revolución de Mayo es un capítulo de la revolución hispanoamericana, así como ésta lo es de la española y ésta, a su vez, de la revolución europea que tenía por fecha liminar el 14 de julio de 1789, en Francia.” .Así expresará un historiador español la emergencia del conflicto en el cuerpo social metropolitano:

“España busca para su monarquía sin rey una legitimidad de carácter democrático: éste es el significado político de las Cortes de Cádiz, de la constitución que elaborarán en 1812… A partir de ese momento, en efecto, se hace posible hablar con propiedad de las dos Españas. Los españoles lucharán unidos contra Napoleón durante los seis años de la guerra de independencia, pero el germen de la discordia se ha introducido entre ellos, los separa ideológicamente. De una parte están los constitucionalistas, partidarios del progreso, defensores a ultranza de los derechos del hombre, de su libertad. De otra, los realistas, corifeos del absolutismo más radical, portaestandartes de los caducos poderes constituidos”.

Esta crisis de la metrópoli, detonó las contradicciones del pacto colonial y fue la antesala de su ruptura.

En una primera instancia, las fuerzas sociales americanas envueltas en el proceso emancipador tuvieron un horizonte en el que la defensa de sus intereses no necesariamente imponía la ruptura con España sino que propugnaba una mayor autonomía que salvaguardara su vinculación con el mercado mundial en expansión. El memorial de agravios y discriminación signó la maduración de una conciencia de diferenciación que afirmó el sentimiento de ser americano frente al peninsular. “Como quiera que la conciencia nacional de cada clase de este bloque insurgente está directamente relacionada con la conciencia social del español-americano, la patria no es percibida, en primer término, en los estrechos límites de cada audiencia, presidencia, capitanía general o virreinato, sino en los más amplios del continente hispanoamericano.”

Este es el sustrato de la permanente aparición, a lo largo de la geografía americana, de la ideas de la “patria Americana”o de “Nuestra América” como expresara Francisco Miranda ya en 1783: “Con estos auxilios podemos seguramente decir que llegó el día por fin en que recobrando Nuestra América su soberana independencia, podrán sus hijos libremente manifestar sus ánimos generosos”.

Pero esta diferenciación enarbolada por los criollos no excluía la utilización de la abstracta igualdad para sus súbditos que la misma corona se esforzaba por implantar a través de lo ideológico y lo jurídico (contradiciendo la realidad de las relaciones desiguales entre metrópoli y colonias, la explotación social y la coerción cultural), para formular concretas reivindicaciones en lo económico, político y social. Y es que la Europa que en el momento glorioso del ascenso de la burguesía revolucionaria enfrentando al viejo régimen, había afirmado la necesidad absoluta de la igualdad y la libertad para hombres y naciones, también fue quien impuso al resto del mundo una servidumbre económica y cultural sin precedentes. “Es la Europa que, en nombre de su civilización, había justificado y practicado la negación de sus mismos valores en los demás. Pues bien, la revolución americana puso esas dos Europas en contradicción: se realizó con el apoyo de una al tiempo que combatió frontalmente a la otra”.

La sustancia de Nuestra América debemos buscarla en la defensa de los derechos americanos negados por los españoles metropolitanos. Nuestra América toma y hace suya la defensa de los derechos del hombre nuestroamericano conculcados por el despotismo monárquico. Seguimos a Filippi cuando analiza el pensamiento bolivariano “la concepción política… la afirmación, convencida y firme, de las peculiaridades y de la identidad americanas, no se realiza contra Europa, sino, por el contrario, extendiendo y haciendo valer (con todas las adaptaciones e innovaciones del caso) también para América –volviéndolos así universales- todos aquellos valores y derechos (de libertad, igualdad, legalidad, fraternidad, etc.) que, si bien el europeo los había concebido para sí, simultáneamente se los había denegado a los otros pueblos”.

Si se coincide que el período colonial, como define Enrique Semo para México, es un período de “desacumulación originaria” en el que la matriz colonial será el pesado lastre a partir del cual tendrá que reorganizarse la vida de nuestras futuras naciones, se comprenderá mejor que el bloque anticolonial debió actuar en un difícil contexto signado por condiciones materiales que limitaban objetivamente sus posibilidades de elaborar un sustento político sólido. La extraordinaria coyuntura de la ocupación francesa abre el interrogante sobre el camino a seguir en medio de la conmoción que significara la caída de Fernando VII. A partir de 1810, derrotados los intentos continuistas de los administradores coloniales, las juntas americanas fueron virando, en un proceso para nada lineal, del autonomismo inicial a la búsqueda de la independencia. Como lo sintetiza el venezolano Carlos Villanueva “Existió, en el fondo de todo, un propósito de autonomía absoluta para obtener de la corona, vuelto el monarca al trono, las reformas a que aspiraban los criollos, o de emancipación absoluta, si se efectuaba de manera radical la conquista de España por Napoleón. Pero no fue la Revolución en el primer acto, un movimiento de emancipación, sino de autonomía, para no caer bajo el dominio de los franceses, siguiendo el ejemplo dado por las provincias españolas. La emancipación la fijaron los sucesos”.

La guerra de la independencia fue el telón de fondo en el que se movieron las distintas clases que compusieron el heterogéneo bloque antimonárquico. La disputa inevitable en toda alianza policlasista explica los pasos y medidas, muchas veces contrapuestos, tomados en el intrincado proceso de la emancipación. Interesadamente, la historiografía dominante presenta esta contradicción como caprichosos movimientos que responden al arbitrio del caciquismo, caudillismo o militarismo devenidos en explicación a-histórica y facilista de nuestro pasado, convirtiendo la historia en materia surrealista de un mundo que escapa a toda interpretación y sentido. Esta deliberada operación cultural asentada en la premisa de que lo que no se conoce no puede entenderse y lo que no se entiende no puede ser transformado, tiene por objeto convertirse en visión hegemónica del pasado, apoderándose de la memoria para evitar que esta irrumpa como dadora de sentido apoyando los proyectos de las mayorías.

En esta primer etapa, tanto las Representaciones, como los documentos, periódicos y requisitorias de los criollos se elaboraban desde el mirador de la abarcadora identidad de los españoles americanos: El peruano Vizcardo Guzmán publicó en 1872 su famosa “Carta a los españoles americanos” donde expresa que “El nuevo mundo es nuestra patria, y su historia es la nuestra y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente”. En 1797, el altoperuano Victorián Villalba en su “Apuntamientos para la reforma del reino” reclama la igualdad entre peninsulares y americanos “No se está ya en estado de querer mantener este país en la ignorancia; de querer sostener sus antiguas prácticas con sofisterías”. Ese mismo año la conspiración encabezada por Gual y España en venezuela interpela en principal proclama “A los habitantes libres de la América Española”. En plena emergencia revolucionaria el mexicano Fray Servando teresa de Mier discutiendo sobre la organización del país en 1813 dirá lucidamente: “Mucho se discurre sobre la organización de gobierno que convendría adoptarse en Nuestra América, caso de independencia absoluta. Un gobierno general federativo parece imposible y al fin sería débil y miserable. Republiquillas cortas serían presa de Europa o de la más fuerte inmediata”. El “diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos (1809) de Bernardo de Monteagudo se apropia por boca de Atahualpa de la historia de “La amada patria” que no es otra que la América. El “Catecismo político cristiano” que circuló en Chile en 1810, denuncia la explotación de la América por parte de los españoles que vienen a “devorar nuestra sustancia” y reclama la formación de una “representación nacional americana” El peruano Juan Egaña lo acompaña escribiendo en 1813 “La revolución de América sólo puede organizarse bien en un congreso, debemos promoverlo seguros de que la necesidad lo hará fácil”. También Camilo Henriquez hablará en 1811 de un “Congreso general de las regiones meridionales de América” al que reserva “todo lo que tiene de trascendencia al interés público de todfa la América o de los estados de ella que quieran confederarse”.

Cuando en 1814 la reacción monárquica derrota al liberalismo democrático español y se apresta vanamente a que “vuelva todo a ser y al estado que tenía en 1808” como puede leerse un decreto real del repuesto Fernando VII, los españoles americanos se abocaron a consolidar la emancipación luchando por la independencia contra el despotismo español.

Los libertadores fueron quienes llevaron más lejos el planteo y la ejecución de la concepción nacional americana, apoyados en el profundo sentimiento libertario de los pueblos. Bolivar, San Martín, O´Higgins, Artigas, Camilo Henriquez, Hidalgo, Morelos, José Cecilio del valle, Rodríguez de Francia, Mariano Moreno, entre otros tantos buscaron, en medio de la conmoción social y las luchas anticoloniales, las bases más sólidad y visibles de la organización nacional: las que desembocaban en la confederación de las nacientes Repúblicas.

En tierras del Plata, ya en 1806/07 el pueblo en armas comienza a recorrer el camino de la constitución de la conciencia nacional en el rechazo de las invasiones inglesas. Luego, figuras como Moreno “Reparad en la gran importancia de la unión estrechísima de todas las provincias de este continente, unidas impondrán respeto al más pujante; divididas pueden ser presa de la ambición”. Juan José Castelli “Toda America del Sur no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo” y Bernardo de Monteagudo “Yo no renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es toda la extensión de América” , serán junto al general José de San Martín los ejemplos más elocuentes, aunque no los únicos, de la perseverancia de las miras integradoras.

José de San Martín comprendió cabalmente que la independencia de nuestro páis estaba atada a la de los demás países del continente y por ello se declaraba miembro del “partido americano”. Su visión de Nuestra América era la de un solo cuerpo que era necesario confederar estrechamente ante los peligros exteriores. El sostenimiento de la emancipación fue su principal objetivo entendiendo que la independencia de las naciones americanas era la llave que aseguraría el éxito de aquella empresa.

En ello coincidía con aquel otro hombre que Rodo definió como “El barro de América cruzado por el soplo del genio” : Simón Bolivar, quién tendrá el honor de ser el representante/símbolo de una posibilidad que, aunque derrotada, dejó su huella en el imaginario de la transformación social del continente; Aquella que impulsaba la unidad de nuestros países como medio para asegurar la soberanía y potenciar el desarrollo: “La asociación de los cinco grandes Estados de América para formar una nación de repúblicas, objetivo tan sublime en sí mismo que no dudo vendrá a ser motivo de asombro para Europa. La imaginación no puede concebir sin pasmo la magnitud de un coloso que, semejante al Júpiter de homero, hará temblar la tierra de una ojeada. ¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad? ” .

Titánica era la tarea de sostener la soberanía, potenciar el desarrollo y democratizar la sociedad, en un medio social donde la guerra había desestructurado por completo la base económica y donde persistían relaciones sociales de producción caracterizadas por el atraso, sumándose a elló el apetito comercial y financiero de las grandes potencias, en especial Inglaterra.

“Liquidar la herencia colonial era, pues, una tarea compleja, imperativa y contradictoria. Imperativa en la medida en que sólo podía afirmarse la independencia política promoviendo el crecimiento económico. Contradictoria en la medida en que ese crecimiento implicaba abolir las relaciones de producción existentes. Y a corto plazo, el andamiaje institucional del estado colonial. Pero esto último, en lo inmediato, no significaba otra cosa que renunciar a existir. Como es sabido, la posición conservadora frente a estas contradicciones fue la de mantener el status quo”.

Iniciada esta etapa de construcción de la Nación, el bloque independentista se desbordó (como en toda alianza policlasista) en diversas posiciones que seguían, más cerca o más lejos, determinados intereses de clase. La confrontación se hizo inevitable. Los sectores dominantes, la burguesía comercial y los productores terratenientes agropecuarios y mineros se convirtieron en socios menores de las potencias ultramarinas aceptando el convite para desarrollarse como economías primario-exportadoras subordinadas.

Los caudillos de la emancipación, en especial Bolivar, buscaron supeditar la disputa desatada utilizando su poder arbitral, a la vez que buscaban infructuosamente las bases de sustentación para las recientes naciones. “Estos hombres –se ha dicho- dan a ratos la impresión pirandelliana de ser pensadores burgueses en busca de su burguesía nacional” .

Derrotados los esfuerzos de unidad, nuestros países tendrán menos contactos entre ellos que con la metrópoli y se deslizarán por la pendiente de la monoproducción, renovándose la dependencia y el atraso.

Los sectores populares no dejaron de resistir el camino de estructuración de la Nación encarado por las Elites. En el caso del Río de la Plata, los más de 40 años de guerras civiles posteriores a la obtención de la independencia dan cuenta de la poderosa huella dejada en nuestra historia. “A la postre todas las tendencias progresistas fueron derrotadas y la sociedad posindependentista se consolidó en la dirección reaccionaria… Aún así no es menos cierto que las masas no dejaron de estar presentes en el escenario de la lucha de clases a lo largo de todo el siglo XXI”.

El mismo autor pone de manifiesto la dinámica de las reivindicaciones populares en el período. “Las de entonces no fueron desde luego bregas en pro del socialismo, ni podían serlo en un contexto precapitalista… Se enmarcaban, pues, en un horizonte cuyos límites objetivos eran los de una revolución democrático-burguesa, perspectiva en la que hay que ubicarlas evaluando la profundidad de cada movimiento en función del predominio del elemento democrático –es decir popular- sobre el elemento propiamente burgués, y sin olvidar que su posterior derrota o desvirtuamento no los reduce a la condición de simple “astucia” de una vía reaccionaria trazada de antemano”.

El pasado interpela al presente

A casi dos siglos de aquel inconcluso proyecto de unidad de Nuestra América encarnado por los caudillos de la independencia, la realidad pone de manifiesto su absoluta actualidad. Estamos en una nueva etapa histórica con sus específicos desafíos, con sus rupturas y sus continuidades. Decíamos en otro trabajo que en este siglo, como lo fue en el siglo XIX, la pregunta que se hacen aquellos que buscan cambiar la realidad es si existen condiciones para la transformación de nuestras sociedades atendiendo a los intereses de las mayorías populares.

El inconformismo de los muertos ha irrumpido para acercarnos respuestas. Sus fantasmas y sus voces se dejan escuchar y ver en las calles y los campos de todo el continente.

La crisis del neoliberalismo que asoló nuestros países ha abierto un período donde las fuerzas sociales y políticas, expresión de las mayorías populares, no solamente conmueven la hegemonía neoliberal con su resistencia sino que también han empezado a ejercer experiencias de gobierno. Estos procesos muestran similitud en sus objetivos finales y variedad en sus prácticas e identidades, lo que da la pauta de la necesidad de sentar las bases del edificio de la integración de las fuerzas populares de Nuestra América desde la unidad en la diversidad.

Pero ¿qué tiene para decir nuestra historia sobre nuestros desafíos presentes?. Intentando una respuesta es pertinente recordar al joven Alberdi cuando en 1837 alertaba que “no hay verdadera emancipación mientras se está bajo el dominio del ejemplo extraño, bajo la autoridad de las formas exóticas”. La ruptura de la dominación económica y política tiene como prerrequisito la erradicación de la dependencia cultural. Las fuerzas populares de Nuestra América debemos recurrir a las enseñanzas que la historia brinda, a lo mejor de nuestras corrientes ideológica y autoafirmarnos en nuestra propias identidades. O como lo expresa Adolfo Colombres “Un pueblo no alcanza el estado de civilización sumándose al proyecto de otro pueblo, sino tomando conciencia de su ser en el mundo, de su identidad y su especificidad cultural”.

De allí la necesidad de articular el pasado histórico para apropiarse de la memoria y dar la disputa simbólica para conocer, comprender y transformarnos en propuesta civilizatoria. Nuevamente Alberdi “un pueblo es civilizado únicamente cuando se basta a si mismo, cuando posee la teoría y la formula de su vida, la ley de su desarrollo”.

Aprender a ser Nuestroamericanos no es una petulancia intelectual sino una necesidad vital e histórica. Tomamos ese nombre en homenaje al imprescindible ensayo de José Martí, Nuestra América, donde el patriota cubano da cuenta de nuestra sumición cultural y apuesta a la búsqueda de un camino propio y original. Dirá Martí: “Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria… Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.” .

En ese sentido es una tarea pendiente incorporar a nuestro arsenal identitario y teórico la poderosa carga de mística que conlleva identificarnos como continuadores del proceso anticolonial más impactante por su extensión y contenidos de la historia del siglo XIX, sólo comparable con la gesta liberadora de los pueblos asiáticos y africanos en el siglo XX.

El proceso emancipatorio nuestramericano que en el corto lapso de tiempo que va de 1804 a 1824, ¡escasos 20 años!, acabó con la secular dominación política española en la extensión de todo un continente, es una de las fuentes imprescindibles de donde beber las potencialidades transformadoras de nuestros pueblos.

Para mirarnos en ese glorioso espejo, allí está la figura de los caudillos nuestroamericanos, en tanto síntesis simbólica más acabada de la acción de millones, señalando caminos posibles para afrontar la tarea inconclusa de la liberación.

En primer lugar recogemos como un legado la firme decisión de enfrentar a quienes intentan someter nuestra patria americana: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar de miserias la América en nombre de la libertad” alertó con mirada penetrante Simón Bolivar y el general San Martín sostendrá “Soy del partido americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América, ahora más que nunca siento que el estado de mi salud no me permita ir a tomar una parte activa en defensa de los sagrados derechos de nuestra patria, derechos que los demás Estados americanos se arrepentirán de no haber defendido contra toda intervención de ls Estados europeos.” .

En segundo lugar aparece, en nuestro presente signado por la conformación de bloque regionales la vigente necesidad de la unidad de Nuestra América, “Afianzados los primeros pasos de vuestra existencia política, un Congreso central compuesto de los representantes de los tres estados dará a su respectiva organización una nueva estabilidad; y la constitución de cada uno, como así su alianza y federación perpetua se establecerán en medio de las luces, de la concordia y la esperanza universal” definirá José de San Martín. Corresponderá sin embargo a Bolivar la visión más acabada de la necesidad de la unidad: “El gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto la tabla de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas; más todavía nos falta poner el fundamento del pacto social, que debe formar de este mundo una nación de repúblicas” .

Tampoco escapaba a los libertadores la necesidad de apoyarse en la más ámplia unidad para enfrentar con éxito al enemigo poderoso. San Martín escribirá al caudillo del litoral argentino Estanislao López “Unámonos paisano mío para batir a los que nos amenazan; divididos seremos esclavos; unidos, estoy seguro que los batiremos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor: la sangre americana que se vierte es muy preciosa y debería emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos” . Esta necesidad de conformar un bloque que desafíe el poder hegemónico conlleva, como parte misma de su afianzamiento, la tarea de señalar a quienes al interior del mismo “Por un indigno espíritu de partido se unen al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española. Una felonía tal ni el sepulcro puede hacer desaparecer” . Así nos lo recuerda San Martín.

Así, decisión inquebrantable de luchar por la liberación, la unidad de Nuestra América como proyecto estratégico y la consolidación al interior de nuestros países de un bloque hegemónico capaz de enfrentar a las minorías que detentan el poder para poner en pie un proyecto con soberanía política, independencia económica, democracia participativa y justicia social, son parte del legado de nuestros libertadores convertido en programa de acción para el siglo XXI.

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